Recuerdas: ¿Qué llenó de admiración a Jesús? Sí, era la fe de un oficial romano. Escuchamos esta historia en nuestro último programa. Jesús dijo: “Nunca había visto una fe tan grande” y, por supuesto, respondió a la oración de este oficial sanando a su siervo enfermo.

Tener fe en Jesús, creer en Él, es importante para cada uno de nosotros.

Pero, ¿sabías que Jesús también puede hacer un milagro cuando nadie se lo ha pedido? Es asombroso, ¿verdad? Esto es lo que veremos hoy. Vayamos ahora al pequeño pueblo de Naín, donde se encontrarán dos procesiones, una de alegría y una de llanto. Vamos a ver cómo va a ser este encuentro.

Encontrarás esta historia en el capítulo 7 del Evangelio de Lucas y podrás responder a mi pregunta: ¿Por qué hizo Jesús este milagro cuando nadie se lo pidió?

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Lee el texto de la historia

Para los animadores

Texto completo de esta historia:​

¿POR QUÉ JESÚS HACE ESTE MILAGRO?

 

Jesús se acerca a la ciudad de Naín con sus discípulos y una gran multitud lo sigue. ¿Por qué están todas estas personas a su alrededor? ¿Se hará vuelto muy popular?

Si, porque muchos habían sido sanados, ellos o sus hijos, sus amigos. Han visto milagros, curaciones, están asombrados de lo que hace Jesús. No quieren dejarlo; sus palabras les hacen tanto bien, les dan ánimo, esperanza, les habla del perdón, de la alegría, del cielo, de Dios su Padre. Con Jesús, siempre sucede algo extraordinario.

Esta procesión está a punto de entrar a la ciudad.

En ese momento, otra procesión sale de la ciudad. Son habitantes de Naín, hombres con rostros tristes, mujeres con lágrimas, jóvenes y ancianos, que caminan lentamente, llorando y lamentándose.

 

A la cabeza de esta procesión, una madre devastada avanza con dificultad, con la cabeza agachada, llorando. Su desesperación es grande. Frente a ella, cuatro hombres llevan una camilla en la que está el cuerpo de su hijo, envuelto en una tela. Está muerto, van a enterrarle.

 

Algunas mujeres susurran entre ellas:

– Es su único hijo.

– Sí, no tiene otros hijos.

– Y además es viuda.

– Sí, ya perdió a su marido y ahora es su hijo.

– Es terrible, se queda tan sola.

– Sí, esta noche, cuando se vaya a casa, estará sola, sin nadie con quien hablar, sin nadie a quien besar, y mañana estará sola y volverá a estar sola en los próximos días.

– Me pregunto cómo va a vivir. No tiene nada.

– Tiene que comer. Le llevaré algo de vez en cuando, pero no es suficiente.

– Así es, no tiene ayuda, no tiene dinero, va a ser muy pobre el resto de su vida.

– Y además nadie para cuidarla, abrazarla, cuidarla.

– Realmente nos da mucha lástima, está tan angustiada.

En Naín, toda la gente la conoce, han venido en gran número a rodearla con su afecto, a apoyarla. Pero nadie puede consolarla.

Se van a cruzar las dos procesiones, una procesión de la alegría con Jesús y una procesión del sufrimiento.

Jesús está ahora muy cerca de esta mujer.

¿Va a pedirle ayuda la mujer? ¿Le hará una oración, una súplica? ¡No! Ella no pide nada. ¿Llaman a Jesús los amigos y vecinos a su alrededor? ¡No! Nadie. ¿Su dolor le impide ver que Jesús está ahí, muy cerca de ella?

Jesús se para.

No llores, le dice.

Se acerca a la camilla y pone la mano sobre el niño. Los hombres, que llevan la camilla, se detienen. Las dos procesiones se detienen, ni una palabra, cada uno aguanta la respiración, todos los ojos están fijos en Jesús. ¿Qué va a pasar?

Joven, dice Jesús, a ti te digo: ¡Levántate!

En ese momento el joven, que estaba muerto, oye, ve, se sienta y comienza a hablar. Jesús lo toma de la mano y lo lleva a su madre.

 

La gente está estupefacta, asombrada. Las lágrimas dejan de caer. La madre abraza muy fuerte a su hijo. Sí, su hijo está vivo y bien vivo

 

Después de tanto dolor, imagina la alegría y la gratitud de esta madre. No, Dios no la ha olvidado. La quiere. Vio su sufrimiento y la consoló.

Jesús hizo este milagro extraordinario, resucitó a su hijo de entre los muertos.

En ambas procesiones hay ahora la misma alegría. En realidad, solo hay una procesión de personas asombradas que glorifican a Dios.

¡Un gran profeta se ha levantado entre nosotros! ¡Dios ha visitado a su pueblo! dicen con profundo respeto porque saben que ese Dios todopoderoso es también un Dios santo y justo.

 

Y muy rápidamente, por todo el país, se extiende la noticia de que Jesús ha resucitado al hijo de la viuda de Naín.

 

1, 2, 3, 4 ¡Y TÚ Y YO! 

 

Esta historia me parece muy conmovedora. ¿Qué te parece?  En esta situación, nadie rezó a Jesús y, sin embargo, Él realizó este extraordinario milagro. ¿Por qué lo hizo? Esa es la pregunta que hicimos. La respuesta la tenemos en el Evangelio. Escucha con atención, te lo voy a leer: “Jesús vio a esta mujer y se compadeció de ella”.

Por eso hizo este milagro. Se compadeció de la trágica situación de esta madre, comprendió todo su sufrimiento e intervino milagrosamente sin que se lo pidieran.

Sabes que Dios siempre presta especial atención a los que están solos, a los que no tienen a nadie, a las señoras viudas, a los niños que ya no tienen a sus padres. Cuida de ellos, aunque a veces no se den cuenta. Si este es tu caso, recuerda que tu Padre en el cielo te ve. Puedes confiar en Él, te traerá consuelo y guiará tu vida.

 

4, 3, 2, 1 ¡Y NOSOTROS LOS PADRES!

 

La pena de un niño… ¿es grave… al lado de nuestras preocupaciones? ¿Es serio? ¿Cuánta atención préstamos a sus penas?

Cada corazón tiene sus sufrimientos; nuestra escucha, nuestra presencia puede ayudarles a superar muchas dificultades. Tienen enormes recursos en su interior.

También podemos ayudarles a buscar consuelo en Dios: “Misericordioso es nuestro Dios” nos recuerda el Salmo 116 versículo 5.