– ¡Eres un hipócrita!

¿Alguna vez has oído esa expresión? Normalmente, la persona que dice esto está muy enfadad. Pero, ¿qué es la hipocresía? ¿Un error, una mentira, un engaño? ¿Crees que es grave ser hipócrita? ¿Sí? ¿No?

Hoy vamos a ver cómo reaccionó Jesús ante los hipócritas. Puedes volver a leer esta historia en el capítulo 13 del evangelio de Lucas. ¿Estás preparado? ¡Aquí vamos!

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Texto completo de esta historia:​

JESÚS NO SE DEJA ENGAÑAR

 

Para los judíos, el sábado es el día de reposo. ¿Sabes lo que significa? Simplemente, que no trabajan. Es un día de descanso. Se reúnen en la sinagoga para escuchar la lectura de la Palabra de Dios y orar.

Pues, ese sábado, Jesús está en la sinagoga y es él quien hace la lectura. Todos lo escuchan atentamente.

Les gusta escucharle porque explica bien los textos del Antiguo Testamento, los Salmos, la ley de Moisés. Habla del amor de Dios, de su santidad y de su paciencia.

El jefe de la sinagoga está allí con religiosos, escribas, sacerdotes.

También ellos escuchan atentamente todo lo que dice; les gustaría que se equivocara porque están celosos de su éxito con la multitud.

También hay una pequeña dama. Ella ama a Dios y cree en Él. Está totalmente encorvada; tan encorvada que no puede enderezarse.

¡Lleva 18 años sufriendo de la columna vertebral!

Te imaginas 18 años, ¡cuánto tiempo es eso! A menudo, los niños se burlan de ella. A veces la gente la empuja.

En la sinagoga nadie le hace caso y ella no hace ruido para que nadie la note; pero escucha con mucha atención.

De repente, Jesús deja de hablar porque la ha visto.

– ¡Mujer! le dice Jesús. Quedas libre de tu enfermedad.

Pone sus manos sobre ella y, inmediatamente, se endereza.

– ¡Gloria a Dios! ¡Gloria a Dios! Grita, ¡estoy sanada! ¡Mirad!, puedo levantar la cabeza, puedo miraos, ver vuestras caras. Mirad cómo me mantengo erguida, ya no me duele. ¡Gloria a Dios!

La gente se asombra del poder y del amor de Dios y se alegra con ella.

¿Se alegran todos? No, no todos. Algunos hombres crujen los dientes. Están muy enfadados, indignados porque Jesús acaba de sanar a esa mujer.

¿Sabes por qué? No quieren reconocer que el que acaba de hacer esta curación es el Hijo de Dios. Les gustaría echarlo de la sinagoga, pero tienen miedo de la reacción de la multitud, así que mostrarán su ira de otras maneras.

El jefe de la sinagoga se levanta.

– Seis días hay en la semana en los cuales se debe trabajar. Vengan, pues, en estos días y sean sanados, y no en el día de sábado.

– Jesús le dice: ¡Hipócrita! Dime, en sábado, cuando tu buey o tu burro tienen sed, ¿qué haces? Lo desatas, lo llevas al abrevadero y lo haces beber. No dudas en hacer este trabajo porque el animal es tuyo y te interesa que esté sano; y sin embargo ¡es sólo un animal! Y esta mujer que es una verdadera creyente, una mujer de fe, que ha estado enferma durante dieciocho años, por ser el día de reposo, no debería haberla curado, ¿entonces habrías querido que la dejara en este estado? ¡Sois unos hipócritas!

El jefe de la sinagoga y los que están de acuerdo con él se han enrojecido de vergüenza, pero el pueblo se alegra y alaba a Dios por su poder y compasión por los que sufren.

– ¡Gloria a Dios! ¡Gloria a Dios! dicen de camino a casa. Hemos visto grandes cosas.

 

1, 2, 3, 4 ¡Y TÚ Y YO! 

 

Al sanar a esa mujer en sábado, ¿crees que Jesús desobedeció los mandatos de Dios? No, por supuesto que no. Conocía la vida y los pensamientos de aquellos hombres malvados e hipócritas que enseñaban al pueblo sus propias leyes, pero no las ponían en práctica. No se preocupaban por los problemas de los demás y no tenían compasión por los enfermos, los desafortunados.

Decían que servían a Dios, pero no lo obedecían. Hacían en secreto lo que prohibían a los demás. Eran falsas. Has visto a gente con máscaras, bueno, es como si se escondieran detrás de una máscara, pero Jesús expuso su falsedad, su hipocresía.

Puedes hacer que parezca… pero no es cierto.

Te animo a que seas siempre sincero, sincero contigo mismo y con los demás.

 

4, 3, 2, 1 ¡Y NOSOTROS LOS PADRES!

 

Muchos padres están tan ocupados con todo tipo de actividades y aficiones que ya no ven lo que sucede a su alrededor. El corazón se vuelve menos sensible, incluso insensible, a la miseria y las necesidades de los demás. Aunque mantienen la apariencia y el lenguaje de la fe, ya no viven según los principios del Evangelio.

El Evangelio se vive ante todo en la familia, a través de los ojos de nuestros hijos. Cuando nuestras vidas coinciden con nuestras palabras, ellos entienden lo que significa ser sincero. Este relato nos recuerda la importancia de examinar nuestro corazón ante Dios para que no nos engañemos a nosotros mismos, a nuestros hijos y a los demás.