¿Has visto algún reportaje sobre la coronación de un rey o el desplazamiento de un jefe de estado, un presidente? La multitud viene a aclamarlo. Los periodistas le rodean. Llega en carruaje o en un coche magnífico, se saca la alfombra roja. Pronuncia un discurso y asiste a un banquete rodeado de todos los notables y ministros. Es un evento muy importante.
Una vez fue Jesús quien fue aclamado como rey. Hizo una entrada triunfal en Jerusalén, la capital del país. Vamos a descubrir este relato que encontrarás en el Evangelio de Lucas en el capítulo 19. Y aquí está la pregunta del día: ¿qué están haciendo todos estos niños alrededor de Jesús?
Este programa tiene su propio podcast en francés.
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Texto completo de esta historia:
JESÚS LLEGA A JERUSALÉN
Imagina una larga procesión de personas de todas las edades, jóvenes, mayores, niños. Son los peregrinos que van a Jerusalén para la gran fiesta de Pascua; a la cabeza de esta procesión están Jesús y sus discípulos. Al acercarse a una aldea, Jesús dice a dos discípulos:
– Vayan a la aldea que está frente a ustedes y, cuando entren en ella, hallarán atado un borriquillo en el cual ningún hombre ha montado jamás. Desátenlo y tráiganlo.
Los discípulos se sorprenden. ¿Cómo van a desatar a esos animales? ¿Qué va a decir la gente? Jesús añade:
– Si alguien les pregunta: “¿Por qué lo desatan?”, le responderán así: “Porque el Señor lo necesita”, y os dejarán hacerlo.
¿Sabes por qué Jesús hace eso? Porque va cumplir lo que un profeta predijo hace mucho tiempo. “¡Alégrate mucho, oh hija de Sion! ¡Da voces de júbilo, oh hija de Jerusalén! He aquí, tu Rey viene a ti, justo y victorioso, humilde y montado sobre un asno, sobre un borriquillo, hijo de asno.”
Nunca se ha visto a un rey sentado en un burro. Los reyes montan con orgullo su caballo más hermoso. Llegan como conquistadores al son de las trompetas, rodeados de su guardia real. Quieren mostrar su riqueza y su poder, su dominio sobre el pueblo. Entonces, ¿significa esto que Jesús no es un rey como los otros reyes? Los dos discípulos llegan al pueblo. A la vuelta del camino, encuentran una burra y su cría. Los desatan.
– ¡Oye! ¡Pero qué haces, estos animales son nuestros! ¿Por qué los desatas?
– Porque el Señor lo necesita. ¡Tranquilízate! ¡Te los devolveremos!
Los dejan ir. Cuando llegan a Jesús, ponen sus abrigos sobre el lomo del pollino y le hacen sentar sobre él. La gente extiende su ropa por el camino como alfombras. Otros van al campo. Cortan ramas de palmeras, olivos, ramitas. Le hacen un cordón de honor y alaban a Dios en voz alta.
– ¡Gloria a Dios! ¡Ha hecho grandes milagros por nosotros! ¡Gloria a Dios!
Claman de alegría porque están convencidos de que Jesús se convertirá en el rey de la tierra. Expulsará a los romanos y los hará ricos y felices.
– ¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor! ¡Paz en el cielo, y gloria en las alturas! Él nos librará de nuestros enemigos. Va a ser nuestro rey. ¡Viva el Rey! ¡Viva el Rey! ¡Gloria a Dios!
Los niños saltan y gritan de alegría. Alaban a Dios. Pero los religiosos y los fariseos se enojan. No pueden soportar ver a la multitud aclamando a Jesús.
– ¿No te importa todo este ruido? le dicen. ¡No oyes lo que están diciendo! Podrías hacerlos callar.
– ¡No! ¡Para nada! Jesús les responde. Si estas personas se callan, si dejan de alabar a Dios, entonces las piedras empezarán a gritar y alabar a Dios.
Se acercan a Jerusalén. Una gran tristeza se apodera de Jesús. Llora porque ama esta ciudad y su gente y sabe que en dentro de unos años sucederá una gran desgracia a causa de su maldad. Le gustaría tanto salvarles de esta catástrofe, pero no quieren oír nada. Todavía no han entendido que Él no vino a reinar sobre el país sino a reinar en sus corazones, a cambiar sus vidas.
– ¡Ah Jerusalén! dice Jesús. Si hubieras entendido cómo ser salvada. Si reconocieras que soy el Salvador prometido. Si finalmente quisieras pedir perdón por tus pecados y obedecer a tu Dios. Pero no lo entiendes y vendrá una gran desgracia.
Jesús experimenta una gran angustia. Las lágrimas corren por su cara. Ahora entran en Jerusalén. La gente se conmueve. Se preguntan:
– ¿Qué está sucediendo? ¿Quién es este rey que llega sentado sobre un potrillo? Nunca hemos nada igual.
La multitud alegre responde:
– Pero ¡Es Jesús! ¡Este es Jesús, el profeta que viene de Nazaret! Es el rey que viene de Dios.
Y los niños, desde los más pequeños hasta los mayores, saltan de alegría. Rodean a Jesús, cantando alabanzas a Dios con todo su corazón.
1, 2, 3, 4 ¡Y TÚ Y YO!
¿Crees que podemos estar tristes y felices al mismo tiempo? Sí, es posible. Cuando Jesús llega a Jerusalén, llora por las desgracias que vendrán y se alegra cuando oye los cánticos y las alabanzas de la multitud y especialmente de los niños.
¿Qué crees que le hace feliz hoy? Sí, se regocija cuando oye a los niños alabándole. ¿Y tú, lo alabas? ¿Piensas en darle las gracias?
Te sugiero que pienses en todo lo que Él te da todos los días, el aire que respiras, la comida que hay en tu plato, tus padres, tus amigos y especialmente Su bondad y Su amor por ti. Encontrarás muchas razones para decir “¡Gracias Jesús! ¡Te alabo! ¡Gracias por amarme!”.
4, 3, 2, 1 ¡Y NOSOTROS LOS PADRES!
A pesar de las protestas de los clérigos, Jesús no solo dejó que los niños lo alabaran, sino que encontró normal que lo hicieran, aunque no fuera según las “normas religiosas”.
Es bueno que nuestros hijos aprendan desde pequeños a expresar libremente su gratitud y alabanza. Que alaben espontáneamente al Señor a su manera, con sus propias palabras.
Y nosotros padres, para ellos, seamos modelos y, como David, cantamos a Dios:
“Porque mejor es tu misericordia que la vida; mis labios te alabarán.
Por eso te bendeciré en mi vida y en tu nombre alzaré mis manos.” (Salmo 63)