Imagina a Arturo charlando con su padre:

– Sí, papá, dámelo, ¡lo necesito!

– Basta Arturo, no ves que tengo demasiado trabajo, ¿cuántas veces me lo has preguntado? Te he dicho que ¡no!, ¡no insistas !

Pero sí, insiste Arturo. Quiere que su padre le dé lo que le está pidiendo, lo necesita. Quizás algún día tú también insististe para conseguir lo que querías, lo que era necesario para ti. Hoy te voy a contar la historia de una mujer que también va a insistir para que Jesús responda a su oración. Al final de la historia, podrás responder a mi pregunta: ¿Por qué insistió esta mujer? Escuchemos ahora. Encontrarás esta historia en el capítulo 15 del Evangelio de Mateo.

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Texto completo de esta historia:​

¿POR QUÉ ESTA MUJER INSISTE TANTO?

 

¡Sin coches, sin bicicletas, sin avión ni tren! Entonces, ¿cómo viaja uno? Pues, camina. Todos caminan, niños, jóvenes, ancianos, se mueven andando.

Y Jesús, ¿cómo lo hace? Como los demás, camina kilómetros para visitar las ciudades y los pueblos de Israel. Debe anunciar a los habitantes de su país la buena noticia del amor de Dios. Cuando lo ve la gente, siempre pasa lo mismo:

– ¡Jesús viene! ¡Jesús viene! ¡Está con sus discípulos! Lo vi, está ahí.

La noticia de su llegada se difunde a toda velocidad.

Los hombres vuelven del campo, los trabajadores paran su trabajo, las madres se llevan a los niños y todos vienen corriendo a verlo, a escucharlo. No olvidamos a los enfermos porque ahora en todo el país se sabe que él sana y hace milagros extraordinarios.

Imagínate, cada día Jesús y sus discípulos están rodeados por una multitud de personas, lo que es muy cansado, agotador. Cuando intentan apartarse un poco, la gente los encuentra. Cuando Jesús la ve, ¿la despedirá? No, por supuesto, les explica la Palabra de Dios, los anima y les hace bien.

Pero, ¿dónde podrán finalmente descansar un poco Jesús y sus discípulos? Jesús decide dejar su país con la esperanza de descansar lejos de las multitudes en otros lugares. Acompañado de sus discípulos, se dirige al norte y llega a Fenicia. Fenicia, ¿sabes cómo se llama hoy este país? Es el Líbano. Quizás hayas oído hablar del Líbano. Entonces, Jesús está en esta tierra extranjera esperando que nadie lo reconozca allí. Se esconde. Pero por cuánto tiempo ?

Una mujer se entera de su llegada. ¡Definitivamente, Jesús no puede permanecer escondido! No es judía, es extranjera, es griega. En aquel tiempo, es difícil para una mujer extranjera acercarse a un judío. Pero la tragedia que vive la empuja a acudir a Jesús. Está desesperada.

 

– Señor, gritó, ¡ten piedad de mí! Mi hija sufre terriblemente. Un demonio la atormenta cruelmente. Señor, ven y líbrala, ten piedad de ella.

Jesús no responde ni una palabra … Ella le sigue suplicando, insiste:

– Ten piedad de mi ! ¡Salva a mi hija!

Jesús todavía no responde. Finalmente, los discípulos se ponen molestos, intervienen:

– Dile que se vaya, le dicen a Jesús, haz lo que ella te pide, ¡no deja de seguirnos y nos cansa con sus gritos!

– Pero, fui enviado solo para el pueblo de Israel, responde Jesús.

La mujer aún no se desanima, viene a postrarse ante Jesús.

– Señor, Señor, ayúdame, socórreme, le dice suplicándolo.

– No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos, responde Jesús.

– Sí, Señor, es cierto, pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos.

– Oh ! Tienes mucha fe, responde Jesús, por lo que has dicho, por lo que crees, por tu fe, vete, vuelve a casa, el demonio acaba de dejar a tu hija.

Imagina la alegría de esta madre; va a casa y encuentra a su hija descansando tranquilamente en su cama, totalmente libre .

 

 

1, 2, 3, 4 ¡Y TÚ Y YO!

Qué se puede responder a la pregunta : ¿Por qué insistió esta mujer?

Esa madre está terriblemente triste de ver a su hija sufrir y cree que Jesús puede bendecirla. ¿Qué cree exactamente ella? Cree que Jesús es todopoderoso para sanar a su hija, cree que vino a la tierra para hacer el bien a los judíos, pero también a todos los demás, sea cual sea su país, su nacionalidad y, por lo tanto, también a ella para su hija. Cree que si Jesús le da una migaja, que en realidad no es mucho, si Él le da una migaja de sus bendiciones, es suficiente para que su pequeña sea liberada de las potestades de las tinieblas.

Esto es lo que Jesús le dijo:

– Mujer, tu fe es grande, ¡mi respuesta es sí! a tu oración, ve, tu hija ha sido liberada.

Esta historia nos anima a ti y a mí a guardar la fe, a seguir confiando en Jesús incluso en tiempos difíciles.

 

4, 3, 2, 1 Y NOSOTROS LOS PADRES!

Creo que todos estamos de acuerdo en que la fe de esa mujer ha sido probada. Fue el mismo Jesús quien contribuyó a esta prueba. Pero con su negativa, ¿no permitió que se manifestara, a los ojos de los discípulos y a los nuestros, lo que había en el corazón de esta mujer, su confianza real y total? Jesús conoce los pensamientos más profundos de nuestro corazón. Él sabe dónde está nuestra fe, nuestra confianza en Él. ¡Cuánto nos encantaría que Jesús también nos dijera: ¡Oh! Tu fe es grande. Nuestros hijos tendrían así ante sus ojos un modelo de fe fiel incluso en tiempos difíciles. Entonces, nuestra fe… ¿cómo la hacemos crecer? El buen pan que la nutre es la Palabra de Dios.

Así que les deseo un buen provecho, la mesa está lista y bien provista.