No sé si eres como yo, pero durante mucho tiempo me pregunté si el infierno realmente existe. Cuando estaba en el colegio, a veces hablábamos del tema con chicos y chicas. Algunos decían que sí y otros que era una historia inventada. En cualquier caso, a mí, me daba miedo. Pero desde que conozco la parábola de Lázaro y el hombre rico, ya no me hago la pregunta, más bien me tranquiliza. Jesús nos revela lo que sucede cuando la gente muere.

Te sugiero que escuches ahora esta parábola, que encontraras en el Evangelio de Lucas, capítulo 16. Y aquí está la pregunta del día: ¿Qué pasa después de la muerte?

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Lee el texto de la historia

Para los animadores

Texto completo de esta historia:​

LÁZARO Y EL HOMBRE RICO

 

Había un hombre rico, siempre vestido con ropas preciosas, que vivía en una casa suntuosa. Tenía muchos amigos a su alrededor y sirvientes a su servicio. Podía comprar todo lo que quería, pero no se preocupaba ni por Dios ni por los demás.

Sólo vivía para sí mismo y para su placer. Todos los días organizaba grandes comidas y magníficas fiestas en las que la gente se divertía mucho. Vivía en el lujo y rechazaba el pensamiento de la muerte. ¿Quizás pensó que viviría para siempre?

Junto a él vivía un mendigo vestido con harapos, con el cuerpo cubierto de úlceras y heridas purulentas. Este es Lázaro. ¿Alguna vez has oído este nombre? Significa “Dios ha ayudado”. Lázaro estaba solo, sin amigos, sin nadie que lo cuidara. Los perros que venían a lamerle las heridas eran sus únicos compañeros. Todos los días el pobre estaba acostado frente a la puerta de la casa del hombre rico. Aquí se tiraba mucha comida y le hubiera gustado aprovecharla, para apaciguar su hambre con las sobras de las comidas del hombre rico, al menos las migajas que caían de su mesa, pero nadie le daba nada. Sin embargo, había una cosa que le consolaba y le daba ánimo para vivir. ¿Sabes lo qué era? Estaba convencido de que, aunque nadie le cuidara, Dios no le abandonaría. Le amaba y confiaba en Él. Un día murió. Nadie lloró, nadie habló de él y no se sabe lo que ocurrió con su cuerpo, pero sabemos que Dios envió ángeles a buscar su alma y llevarla al cielo.

El hombre rico también murió. Dejó su hermosa casa, sus lujosas ropas y las grandes fiestas; todo había terminado para él. Su cuerpo fue colocado en una tumba bellamente decorada, se le hizo un hermoso funeral, todos sus amigos ricos y todos sus vecinos estuvieron presentes.

Pero su alma… ¿Qué ha sido de ella? Se fue al infierno y allí estaba sufriendo mucho. Levantó los ojos y vio a lo lejos, en un lugar de reposo, de paz, a Abraham, a los profetas y a todos los que habían amado a Dios durante su vida en la tierra, y justo al lado de ellos, vio que también estaba Lázaro. Entonces el hombre rico gritó:

– ¡Abraham, ten piedad de mí! Envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua y refresque mi lengua, pues estoy sufriendo terriblemente aquí.

Pero Abraham le respondió:

– Recuerda, durante tu vida fuiste muy rico, disfrutaste de muchas cosas buenas, tuviste tu parte de felicidad mientras Lázaro, que estaba en la miseria, carecía de todo. Ahora, aquí, él es consolado mientras tú sufres en los tormentos. Es imposible que vaya a ti, entre tú y nosotros, hay un gran abismo y aunque quisiéramos, no podríamos pasar de un lugar a otro.

El hombre rico pensó entonces en sus cinco hermanos que aún vivían en la tierra. Él sabía que a ellos tampoco les importaba Dios, seguían con sus vidas como si Él no existiera.

Le dijo a Abraham:

– En ese caso, por favor, Abraham, al menos envía a Lázaro a avisar a mis hermanos para que les cuente lo que ocurre, para que no vengan aquí a este lugar de tormento. No quisiera que ellos también experimentaran un sufrimiento tan horrible.

– Es inútil. Tienen la Palabra de Dios, conocen los 10 mandamientos, saben lo que dijeron Moisés y los profetas. ¡Ojalá obedezcan a la Palabra de Dios!

El hombre rico recordó que él también, en la tierra, había conocido la Palabra de Dios, pero la había descuidado. Entonces insistió:

– No, padre Abraham, estoy seguro que si alguien de entre los muertos se les acerca y les cuenta todo lo que pasa después de la muerte, se arrepentirán, pedirán perdón a Dios por sus faltas y cambiarán de vida.

– No, es inútil. ¡Si no creen en lo que Dios dice, tampoco no serán convencidos por un hombre muerto que vuelva a la vida!

 

1, 2, 3, 4 ¡Y TÚ Y YO!

En esta historia, Jesús nos dice claramente lo que sucede después de la muerte. De hecho, hay un lugar de tormento y sufrimiento en el infierno, y también hay un lugar de descanso y alegría, el paraíso.

Entonces, ¿qué crees que hace que algunas personas vayan al cielo y otras no? ¿Es el hecho de ser pobre o rico? No, claro, rico o pobre es lo mismo. Depende de la elección que hagamos: o vivimos sin preocuparnos de Dios, como si no existiera, o decidimos vivir amándolo, aplicándonos a hacer lo que le agrada. Dios nos deja libres para elegir, pero nos advierte de las consecuencias. Yo, por mi parte, he tomado la decisión de amar a Dios y estoy feliz y en paz pensando en lo que me espera cuando mi vida termine en la tierra. Te animo a tomar la decisión correcta, a amar a Dios con todo tu corazón.

 

4, 3, 2, 1 ¡Y NOSOTROS LOS PADRES!

Jesús nos pone muy claramente ante nuestra responsabilidad; es nuestra actitud hacia Dios aquí en la tierra lo que determina nuestro futuro en la eternidad. No hay una segunda oportunidad. Vino a abrirnos el cielo, pagó el precio muriendo en la cruz, depende de nosotros aceptar o no la salvación que nos ofrece. Es lo mismo para nuestros hijos, sigamos enseñándoles las verdades del Evangelio, animémoslos y perseveremos en la oración para que sus corazones se abran a la gracia de Dios bajo la acción del Espíritu Santo.